sábado, mayo 05, 2007

El Tránsfuga

Resucito de nuevo todas las madrugadas
después de haber estado muerto durante varios meses

Ahora soy el tránsfuga de Dios

y de la sangre empozoñada
ROBERTO VALLARINO



He despertado con las mismas lagañas. Como si empezara a petrificarme a partir de mi mirada, como si viese el mundo a través de una litografía, en un grabado denso, graneado en trazos grasos de grafito.

He despertado después de varios meses y no reconozco ni las luces, ni las sombras. En el umbral se oculta el mundo, que es quizás el final o el hueco en blanco de un dibujo, la historia de un fantasma que intentó comerse al vil destino y resultó tragarse sus negras, negrísimas palabras.

Desperté después de algunos meses con pálido color, ardiendo en ira, grabado de silencios y murmullos, de aullidos sordos y alaridos contenidos en el arrullo rojo retorcido de mis arterias. Un ángel vengador derramó el prisma en mis entrañas y ardiendo de color me ebulle el mundo.

Suspiro Licuaciones Extraordinarias y derrames cerebrales que atentan contra la íntima homeostasis de mis soledades. Una macrófaga membrana pestañea mi destino, Volavérunt y lo desgarra, lo arrastra dura y lo estampa frente a la inútil morba vida. Volavérunt suéname a laberinto, a bomba tránsfuga de iones y circulatorios pasadizos. No tengo que ser Gargantúa para dar nombre a Pantagruel, protagonista quimérico de mis impíos pasos alquímicos.

Después de haber estado muerto durante varios meses, resucito de nuevo y asomo mi mirada a la esperpéntica bruma de ser hijo de los siglos que añoran volver a un precio tan bajo... ¡Qué cínicos son los pobres diablos del discurso!

Un espíritu profético quedó sepulto bajo la grava incadescente de un medroso silencio y su labrada cacariza calavera. Tiránica porfía la de libar la vida entera concentrada en barricas como larvas-semillas de un cíclope monstruoso que dejó toda su vida debajo de... ¿tanto cielo? La pureza del ether tan sólo perceptible por la gracia repujada de esta base de carne.

Despierto después de algunos meses, edípico, sin ojos, catatónico, como todo un Walt Whitman oriundo de Mannahataa que fornica con todo, panegírico, sintético, panteísta-mechafílico. Yo soy todos los nombres y todos los epítetos, soy yo en cualquier forma, y... ¿Qué es eso? Es el Canto a mí mismo, porque tuve una madre perfecta, yo, el solitario, el que canta en el Oeste, hoy vengo y les anuncio una tremenda sinfonía que aplastará con cadencia todos sus sueños.

Todo cuanto es mío también fue tuyo, incluso el aire que respiro, o las estrellas con que bordo mi lengua, la bandera tutsi-pop que lame el vacío azul y le arranca abalorios fresas al abismo. Koyaanisqatsi. Soy, así lo afirmo, yo, Walt Whitman: "Naturaleza sin freno con elemental energía." Yo soy el impulso, el que urge, el que tiñe el tejido castellano de sangre. El que inculpa, el que detiene, el que te pone en una silla y te fríe las entrañas... Tiemblas, te meas, tus dedos se engarrotan como si agarrasen piedras pegajosas y picudas como huizapoles.

¿En quién confío si ahora soy el tránsfuga de Dios? Como si yo fuera el único, y tantos hay que se autonombran, como la hierba que aún no sé qué es, y que aún no sé nombrar.

He despertado, una pesada luz parpadea en el ceniciento umbral del silencio, derrumbo las estalactitas que penden de mis pestañas, esas que nacen de entre-sueños lagrimales y que jamás recordamos en vigilia. Poso mi pie izquierdo en la fría yugular del suelo y de pronto miro a ese gigante pintoresco, a ese Cerro del Muerto, monumento vigilante que cayó detrás de la Muralla, oriundo Lázaro del pueblo de Palmillas, colosal atalaya de los mares vecinos.

Despierto, no hay nadie. Y repetí las palabras que pronunció el viejo poeta: "...en mi casa los muertos eran más que los vivos."
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